A la orilla del río Huitzilapan que desemboca en el Golfo de México, se erige orgulloso un pueblo que representa lo más profundo de las raíces españolas de los mexicanos y un pedacito de la historia que ambas naciones han construido a lo largo de 500 años.
Por las calles terregosas y empedradas de La Antigua, se respiran aires europeos, mestizajes, evangelizaciones y leyendas que los pobladores hicieron suyas al paso de los tiempos como una forma de exaltar su posición privilegiada: ser el lugar donde Hernán Cortés consolidó su poderío y construyó una nación.
La primer casa construida en América por el español Hernán Cortés, una edificación surrealista con corales, baba de caracol, ostión y de nopal; la Ermita del Rosario, donde se dio un quiebre en la historia de los pueblos indígenas mesoamericanos; y un poderoso árbol de ceiba donde las leyendas dicen que se amarraron los galeones españoles, forman parte de este paradisiaco lugar ubicado a 15 kilómetros del puerto de Veracruz.
Las raíces de una nación
En pleno corazón del pueblo, las potentes raíces de arboles mata palo o higuerilla, abrazan y estrangulan las paredes de una casona edificada entre 1523 a 1524 por indígenas totonacas que utilizaron elementos de la tierra madre.
Un amasijo de piedra bola o china, piedra volcánica, lastre, tabique y coral, junto con baba de caracol, ostión y de nopal, forman parte de esa casa cuyo mito señala que fue la primer casa del conquistador Hernán Cortés, aunque los historiadores afirman que era una casa de recaudación de la corona española.
Cuatro habitaciones de las veintidós originalmente levantadas, resisten el paso del tiempo gracias a la protección que les brindan tres árboles que se mimetizaron con las paredes alzadas por indígenas.
Los restos del color azul extraído de vegetales y el rojo carmín sacado de las cochinillas, un insecto, aun se distinguen claramente, como un legado de aquellos 200 españoles residentes y más de 600 esclavos negros.
La entrada y dos cuartos principales, un pozo, una noria, una caballeriza, un horno para elaborar y una barda fueron restauradas hace un par de años por autoridades federales que frenaron el deterioro de la casa y conservaron su esencia de ruina, en una convivencia total entre la naturaleza y la construcción histórica.
En sus patios yace un cañón que viajaba en uno de los galeones españoles, esas embarcaciones de destrucción que formaban la columna vertebral de la Flota de Indias. Lamáquina de guerra ha resistido el tiempo, como la vivienda, pero pagando su respectiva factura: de cinco toneladas que llegó a pesar, ahora sólo son tres y media por la corrosión.
En las entrañas del pueblo, también se divisa una blanqueada Ermita del Rosario, construida entre 1523 a 1524 con el mismo pegamento especial elaborado por indígenas totonacas, ese que mantienen en pie la casa de Cortés.
Se trata de la primera iglesia en tierra firme de la nueva España y la semilla del cristianismo, la cual –según los cronistas locales- inició con un recinto de no más de cinco metros cuadrados y en 1604 se remodeló y amplió a lo que es hoy.
Las crónicas y leyendas, describen que doce misioneros franciscanos capitaneados por fray Martin de Valencia arribaron a la Nueva España y decidieron construir la primera iglesia para que los viajeros encomendaran su alma a Dios antes de ingresar a las tierras indígenas.
Además fue el primer centro de culto abierto para que los indígenas –poco acostumbrados a las ceremonias bajo techo- acudieran a adorar al nuevo Dios, en tanto los frailes aprendían las lenguas locales.
Y por supuesto, el pueblo también está orgulloso de la Ceiba, el árbol que abraza el mito de los barcos de Hernán Cortés. La Ceiba, con su ancho caparazón, sus potentes y largas ramas de más de 500 años de antigüedad, alberga una historia que convirtieron en real.
Una maciza cadena de hierro envuelve uno de los brazos como muestra fehaciente e irrefutable que Cortés resguardó sus once embarcaciones que zarparon desde la isla de Cuba con sus 518 soldados, 110 marineros, 16 jinetes, 32 ballesteros, 13 escopeteros, 10 cañones y cuatro falconetes.
Por Oscar Sánchez
La Antigua, Veracruz